domingo, 30 de agosto de 2009

uno de dos

Las cartas estaban echadas, ya no había vuelta atrás, solo quedaba apostar o retirarse, bebió un trago del ancho vaso con numerosos hielos y tomó el último cigarro de la cajetilla. No tenía malas cartas pero no podía confiarse, miró por última vez las cartas y fue con todo lo que le quedaba. Sobre la pequeña mesa roja se acumulaba un gran botín. Panchito el tuerto había apostado su descapotable rojo, Mariola orejas de barro el chalet de verano y a él tan solo le quedaba ya por apostar su mejor empresa, la fábrica de monstruos de chocolate, con todo sobre la mesa, habían levantado ya cuatro cartas cada uno, al grito de: 123 CADA OVEJA CON SU PAREJA!!

Levantaron todos a la vez la última que les quedaba con miedo de que fuese el carnero moteado del Himalaya (la única carta de la baraja de la mítica serie de dibujos animados “los baladores” que no tenia otra pareja). Tenia como costumbre mirar antes las cartas levantadas por sus compañeros de juego que la suya, y para su desgracia ninguno de ellos tenía la temida carta, lo había perdido todo. Tal y como mandaban las normas del juego impuestas por “el pelirrojo” (abusón de la escuela de infantil Merceditas de la merced de mercedes): Apuró hasta el último trago de zumo de arándanos, se lamentó por no tener mas cigarros de chocolate, se tiró a la moqueta azul (cada año mas claro) y empezó a lamentarse por haberse jugado los ahorros de toda una vida de duro trabajo (exactamente 4 años), y a preguntar al aire como se lo iba a decir a su mujer. sus compañeros de juego se acercaron y le palmearon la espalda

- Cómprale un bonito ramo de flores- recomendó Panchito- eso siempre funciona, las encantan las flores, hará como que no ha pasado nada. (cada vez los tópicos empiezan a hacer mella a edades mas tempranas)
Mariola torció el gesto

Después de la parodia en la cual habían seguido perfectamente el guión ya establecido se devolvieron los juguetes (“la fabrica de monstruos de chocolate”, la casita de la muñeca “warrilobia” y el coche teledirigidosuper ruedas”)y rieron (la única vez que nadie reía era cuando jugaba “el pelirrojo” puesto que siguiendo sus normas siempre ganaba él y no se devolvían las pertenencias).

La señorita Alma de Música (sus padres eran músicos ambulantes, ella los odiaba), llamó a los quince niños a tomar sus respectivos asientos en la clase, les tenía un gran cariño a cada uno de ellos e intentaba enseñarles lo mejor posible. Sabia de cada uno de ellos nombre y apellidos, edad exacta (en su ficha de clase le gustaba añadir hasta el minuto en el que habían nacido), grupo sanguíneo (nunca se sabía que podía pasar), dirección, numero de teléfono, e-mail, tuenti, facebook, photolog... en definitiva todos sus datos personales mas importantes e imprescindibles (tanto de ellos como de sus padres).

Reconocía perfectamente sus voces, y de espaldas con sus batitas moradas (tono uva tempranilla) era capaz de reconocer a los gemelos López López de Rabadilla, Ricardo y Adelai, este último era diminutivo de Adelaida, aunque era de sexo varón su madre tozuda como una cabra montes en época de celo se había empeñado en ponerle ese nombre (creo que por una vecina que era como su prima segunda) y como tras casi cuatro días de parto continuado (Adelaida no quería abandonar el útero materno) no quería mas embarazos, decidió que el nombre era lo suficientemente masculino como para ponérselo a su hijo pequeño, en parte por venganza, en parte en homenaje a la citada vecina. Aunque si el parto fue casi una semana laboral, el bautizo tres veces mas, puesto que el cura se negaba a poner de nombre Adelaida a un “macho machote” como hay pocos (era un cura tradicional a la par que moderno), finalmente se quedó con Adelai, aunque su madre siempre lo llamaba Adelaida y caneaba a todo aquel que osaba llamarlo de otra forma (desde el primo Raúl a la enfermera de la seguridad social que lo llamó para la revisión anual).

Pero anécdotas a parte y volviendo al tema principal del momento. La señorita Alma de Música (la frikie de los niños), de entre todos aquellos pequeños tunantes su favorito era sin ninguna duda el más pequeño, teatrero y educado de todos, el pequeño Nicolás, según su criterio un niño adorable que alegraba el día a todos regalando por doquier pequeños monstruos de chocolate, con su sonrisa de grandes paletas (también llamados vulgarmente incisivos centrales) y sin tres dientes. Todos los niños sentían las preferencias de la educadora y eso convertía a Nicolás en diana de sus envidias.

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